Ayer se fue mi amiga


Ayer se fue mi amiga. 

Vivió dos años entre las plantas de Tlatelolco, mayormente invisible a todos. Nació entre las hojitas y las flores, pero también entre la basura y el rugir estruendoso de autos y camiones. Ella vivió lo mejor que pudo entre sus ramas y sus sombras, descansando a veces en la marquesina del edificio. Se hizo amiga de muchos gatos, pero nunca supo defender su plato de comida. Esperaba a que todos los demás comieran para ella recoger las sobras. Maullaba chiquito como si ella misma pensase que ella era insignificante. Maullaba quedito para no molestar a las catarinas que le pasaban por el lomito.

Sufrió la negligencia del ser humano, fue esterilizada por manos torpes y altaneras que le dejaron una tripa de fuera con la cual caminó días, pudriéndose al aire. Pero no fue invisible para todos: dos gentiles maestras la atendieron y su herida sanó, y ella volvió a trepar y tirarse al Sol. Cuando llegamos suyos fueron los primeros ojos que vimos, y comió. Comió lata para ella sola y, aunque no le gustaban las caricias, aceptó la compañía. Se sentaba al lado nuestro para tomar el Sol y oler la brisa. Pero volvió a sufrir la negligencia del ser humano que se autonombró su cuidador, y que la forzaba a tratamiento oculares sin sentido. Al final tuvimos que "secuestrarla" más de una vez para darle tratamiento adecuado, pero ella no quería quedarse: gritaba a la puerta para que se abriese y la dejase libre.

No obstante un día de hace un par de años, durante esos inviernos gélidos que tocaron a la ciudad, la secuestramos nuevamente y para siempre: no grito para irse, y al contrario: se acostó en la cama grande. La negligencia del ser humano la llevó al peor castigo, pues en su nuevo hogar fue diagnosticada con una antigua leucemia viral: ella moriría pronto. Pero aguantó dos años más todavía. Dos años de llorar de un ojito mientras brincaba al acuario para arañar la tablita en la que se sentaba. Dos años de jugar con tapitas, dos años de ronronear y de tomar el Sol en las ventanas y la recién lograda terraza. Dos años en los que aprendió a ser acariciada, peinada y acompañada. Dos años de dormir en las reuniones, segura de que nadie le haría nada. Dos años en los que se sentó cerca y pidió comida todas las mañanas: su lata. No siempre hubo lata, a veces le fallé, pero siempre le quise. Y hace no mucho aprendió a dormir en la cama grande en compañía nuestra, enrollada en mi brazo.

Y a pesar de todo el sismo llegó y su leucemia se activó. No sé si fue el estrés o el destino, pero ocurrió. Y lo que en dos años ella logró en una semana se deshizo. Y ayer se fue, o la soltamos. Ayer, después de convulsionar y perder la motricidad en las piernitas, todavía luchó ante la aguja del tranquilizante. Siempre fuiste una guerrera, nunca te rendiste, pero me hablaste tanto en un día, tanto más que en años, que me quedó claro lo que necesitabas. No sabías por qué te sentías tan mal pero querías que yo, quien te hacía feliz con tu lata, te quitara ese pesar. Lo que no sé es si entendías que lo único que me quedaba por hacer era dejar que te marchases. Ayer te fuiste pero te sostuve la manita y te dije cuánto te quiero. Te dije que nos veríamos de nuevo y que por favor me esperases antes de avanzar. Te llamé a comer una última vez y moviste tus manitas, a pesar del tranquilizante. Te miré a los ojos y me mandaste un beso de esos que sólo ustedes los gatos mandan. Y entonces te fuiste y tu mirada tuvo la tranquilidad que en años de calle no vivió. Ya no verás tus hojas ni tus flores, pero te convertirás en una. Inmediatamente después de tu muerte empezó tu nueva vida, y espero volver a encontrarnos en ella. Ojalá no hubieses sufrido tanto y que hubiese llegado antes. Ojalá que la gente fuese más consciente de todo y de sus actos. Ojalá no te hubieses ido pero te fuiste y aunque me desgarro en llanto sé que fue lo mejor. Quería que vieras le jardín que habíamos pensado para ti en la otra casa, pero ya no hubo tiempo. Ojalá lo veas desde otra perspectiva ahora, y que estés conmigo.

Fuiste mi amiga, mi mejor amiga, y en tus ojos siempre entendí que me querías. Y yo te quise a ti. Te quiero, y te querré.

Hasta siempre, mi amada Toñita. Que la tierra te sea suave, silenciosa y cálida, como lo fuiste conmigo.

Para Toñita, la canción que siempre le canté (sustituyendo "negrita" por "Toñita").



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