Ayer se fue su amiga


 

Se fue como llegó: rápido y quedito. 

Fue la hermana de Toñita, quien no hace mucho nos dejó también. Cuando llegamos a este sitio en el que hoy vivimos fue la segunda en recibirnos. De carácter fuerte pero a la vez gentil, se acercó para conocernos y pedirnos cariño. Cada que uno le hubiese extendido la mano ella nos golpearía antes de permitirnos tocar su cabeza, y prácticamente eso: el resto de su cuerpo estaba prohibido. Ella iba y venía también, entre los árboles y la hierba, entre el pasto y los caracoles. Se asomaba por la mañana al tomar el Sol junto a su árbol, el que trepaba para subir a la marquesina sobre la cual tomaría su baño lumínico de la tarde. Era una gatita solar. No le gustaba el frío a pesar de su amplio y espeso pelaje siempre tan distintivo y elegante a pesar de vivir en la calle, en la real soledad que sólo ellos conocen cuando son invisibles para gente que los mira al pasar. Así como Toña, vivió bajo el "cuidado" de una persona que en realidad les daba de comer para sentirse mejor consigo misma, pero jamás pensó en cuidarla en un hogar o darle la salud que necesitaba, a pesar de que ella se acercaba para tener un amigo. No, ella seguía sola, pero en su soledad ella también nos seguía. Nos seguía lejos, igual que Toña, desde la torre hasta otros jardines, y a veces casi a la esquina del eje vial, donde tomaba agüita de la cubeta de la perrita de la caseta, la cual nunca la vio mal.

Ella se sentaba con nosotros a platicar, a tomar el Sol y tomar café. Si íbamos a las bancas, ahí iba ella. Si íbamos a la cafetería, también ella. En ese local teníamos un amigo, ya mayor, que no notaba que ella entraba con nosotros y marcaba con pipí las mesas para luego sentarse bajo ellas mientras esperaba a que algo cambiara. A veces sólo marcaba y salía por la puerta para vigilar, pero se quedaba cerca. Siempre quiso tener a alguien pero nos daba miedo agarrarla y lastimarla porque ella era muy agresiva al verse sometida. Suponemos que igual que Toña vivió malos tiempos con humanos, y a pesar de ello nos buscaba. Algunos dirán que tenemos conexiones con los gatos, pero yo creo que ya nos conocíamos de antes, siempre nos hemos conocido, y logramos coincidir nuevamente, porque cuando la vimos nuestros corazones se alegraron y estoy seguro que el de ella también. Ella ya sabía quiénes éramos, y que podía confiar en nosotros.

Tuvo bebés, como casi todas las gatitas de la zona, pero no les dedicó mucha atención porque tenía cosas que hacer, lugares que visitar. Se hizo la mejor amiga de una persona en situación de calle que se asentó cerca del edificio. Él siempre la invitaría a pasar a su casita de cartón y le prestaría un lugar junto a su fogata. Ella, dichosa, estaría con él hasta el día en el que la autoridad lo hiciera irse. Sabemos que la ruptura fue dura no sólo para él, sino para ella. Dejó de venir cerca y nos enteramos que diariamente cruzaba el eje vial: un conjunto de seis carriles vehiculares en los que la piedad no existe, en los que cada año encontramos uno o dos gatos atropellados quienes mueren las muertes más terribles. No pudimos tardar más, porque ya era necesario: Amellalli atrapó, con mucho trabajo, a esta escapista. Se esterilizó, revisó y vacunó. Estaba extremadamente enojada y pensábamos que jamás nos aceptaría de nuevo, en especial a Amellalli, pero a pesar de ello la llevamos con nosotros de vuelta a casa y le dimos un reencuentro con Toñita cuando ella decidió también subir al departamento.

Pasó largo tiempo en este lugar tomando el Sol desde la ventana, echada en su canasto favorito. Jugó con Catalina y no dejaba pasar la oportunidad de treparse en la cama para dormir. Poco a poco se fue abriendo y nos fue aceptando de vuelta hasta que un día, de la nada, se arqueó de su lomo pidiéndole una caricia a Amellalli. Esto se hizo rutina cuando nos encontrara sentados a la mesa, cuando se aproximaría con un suave maullido, el más sencillo y quedo que he escuchado. Su pelaje brillaba, se hacía más espeso: ella estaba bien. Estuvo así una buena temporada, sabiendo que afuera el invierno era gélido y que dentro estaba la suave madera que ella usaba para reposar. Se adueñó del espacio del tapete que yace bajo la mesa de centro, donde hoy queda todavía un tapiz hecho con su pelito. Aceptó más caricias y un día se trepó sobre Amellalli, y luego sobre mí. Nos buscaba para descansar en el sillón, nos buscaba para que todos estuviésemos calientitos. Luego ocurrió el milagro: permitió que Amellalli la cargase y entonces fuimos los más felices: ellas dos eran amigas nuevamente, y yo por extensión.

Era de aquellas presencias que usualmente son silenciosas pero que cuando se hacen notar lo hacen con gala, con belleza. Era un festín a los ojos, su composición era preciosa y su figura redondita era adorable. Le encantaba la gente y quiso mucho al papá y abuelo de Amellalli. Cada que los veía los buscaba con su gentil maullido. Éramos felices y jurábamos que ella llegaría a ver el gran jardín que tendríamos en el futuro, pero no fue así, porque ella se fue ayer.

Cinco días atrás dejó de comer, sin aviso. Cuatro días atrás hubo varios diagnósticos que se acercaban a enfermedades potencialmente tratables pero con costos altos para su calidad de vida. Tres días atrás llegó la noticia que todos temen para sí mismos pero que usualmente ni siquiera piensan para los demás. Su cáncer avanzó tremendamente rápido, y al cuarto día ella ya no se movía mucho. Pedía cariño, bajaba de sus sitios arqueando su lomito y maullando quedito, escuchaba la lectura que le hacía Amellalli del Hobbit, pero no comía. Dejó de beber, y al quinto día dejó de pedir caricias, sólamente hundía su carita en nuestras manos como cuando uno sume su cabeza en la almohada porque ya no puede más con la pesadumbre de estar vivo. Y así, ese día, se fue entre las manos de Amellalli después de un abrazo entre ellas dos. Se fue su amiga, y también mía, pero mucho más suya. Su vínculo fue el más fuerte, y el dolor de saber que su vida acabó tan de repente es tremendo. Pera ella vivió aquí, y vivirá con nosotros siempre. Tal vez si pudiésemos percibir el tiempo como realmente es no tendríamos que pensar en la distinción entre vivo o muerto. Ojalá todo esto fuese así, fácilmente solucionable, pero la muerte no tiene una solución. Sólo es, y nosotros hacia ella. Ojalá que en ese momento final, cuando venga el frío extremo, tomes la mano de Amellalli como la tomaste días antes, y a mí me veas con esos ojos brillantes que sólo tú y tu hermana tuvieron.

Ahora descansas, Tina, junto a Toña. Ahora estás, Cristina, en el jardín en el que están tantos más que se han ido. Pero siempre, Crepita, siempre estarás aquí, en el corazón que tanto duele y tan duro se comprime intentando expulsar el profundo dolor que nos deja el saber que al sentarnos a comer ya no arquearás tu lomito ni maullarás quedito.

Que la tierra te sea leve, Crepita, para que en ella descanses con esa paz que tuvo tu rostro al final, una que desde siempre debiste vivir y que nada ni nadie debió quitarte jamás. Por favor, ven nuevamente, y cuando nos volvamos a encontrar por favor, vuelve a correr hacia nosotros. Aquí está tu hogar, para siempre. 

Para Crepita, para que vayas al oeste, y ahí esperes a que lleguemos también.





Comentarios