Jardín

Todos los nombres que he tenido los he enterrado en el jardín. Sólo uno sobrevive a la vez y nunca se sabe cuánto tiempo le queda. El ruido de la calle aturde los terribles martillazos contra la piedra que abre a su paso las catacumbas del olvido. Todos los nombres que he tenido los he ido abandonando en el jardín.

Pero olvidé yo que esta vida es semilla, y he ignorado podarlos. Ahora cada uno ha enraizado en los corazones de quienes me conocieron así. Cada raíz se transforma en tallo y flor, de dulce manjar memorial. En el pervivir de mi identidad distribuida, estoy condenado a no morir.

Todos los nombres que he tenido los he enterrado en el jardín de mis afectos. 

A veces, cuando quiero mirar una flor en la galería de la vida, no me doy cuenta que ésta nace de un amigo. A veces, cuando quiero oler un clavel, no me doy cuenta de que tal nació conmigo. A veces, cuando recolecto un fruto, lo hago de una hierba que planté sin saberlo.

Ahora que he entendido esto, me he puesto con pico y hacha a destruir el jardín. He contratado los peores venenos del mundo para secar la huerta. He decidido ya no enterrar sino cremar. He recuperado un par de bulbos para quien deseaba saber un poco, pero no todo.

Todos los nombres que he enterrado en el jardín quieren vivir sin mí.

El jardín de los nombres ha cobrado consciencia, y cómo no si en cada nombre va un fragmento de mi mente. Mis nombres ahora devoran mundos con su tristeza; mis mundos. Éstos se sofocan en las historias pasadas contadas por quien ya no soy. Mis nombres forman un organismo, canceroso y maligno. Así que a ti, devorador de mundos, deseo que te alimentes de este digno fuego que me han ayudado a encender y te ahogues en él. Por el bien de quienes ahora están a mi lado: escupiré mi último aliento en ti.

“Absence is to love what wind is to fire; it extinguishes the small, it inflames the great.” — Roger de Bussy-Rabutin


 

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