No hay plazo que no se cumpla

Hace años que no repasaba las pesadas y ahora ennegrecidas líneas de las cosas que escribía para ti, para mí, para todos quienes han pasado por mi corazón. Casi, creo, una década. ¿Cómo es que logré esperar tanto tiempo antes de volver al abismo que llamaba hogar? 

Creo que es porque, durante 8 años, logré navegar, con gentil ayuda, las procelosas selvas de la incertidumbre. 

Me encuentro hoy con que he fallado. He fracasado como entidad, como organismo. He respirado, nuevamente, esas turbulencias azul obscuro que hace tanto por fin pude escupir desde los pulmones. Yo mismo regresé ahí, porque es lo único que conocía antes. Es lo único que recuerdo haber entendido cabalmente: mi obscena soledad, rodeado de personas que, cual puente, pasan sobre y a través de mí para quedarse sólo un tiempo. 

Yo soy el artífice de mi caída, pero no soy el único responsable. Yo soy el factor de mi dolor, pero no soy el único con la navaja empuñada. Soy, tal vez, uno de dos. La mitad maldita, la parte que no sabe decir "no"; el error fatal en la búsqueda por la supervivencia -- el regreso al frío conocido, que aturde y estremece todas las vísceras de un cuerpo sin órganos. 

Me sumo en esto porque yo lo admití. No sólo porque abrí la puerta a que me hirieran, sino porque yo mismo di el primer paso: me enamoré, perdidamente, de alguien que me repitió incesantemente que no podía enamorarse de mí como yo pensaba necesitar. Tenía el corazón en mi mano y yo mismo lo aplasté negligentemente, y ahora una profunda sensación de vacío me invade, acoplada a otra acotada por la nostalgia y la pena. Profunda, profundísima pena.

¿Pero, en verdad, abrí yo esa puerta? ¿O es que soy, por diseño, un mundo infértil? El molesto eco de un cuarto vacío; el innecesario papel en blanco en un libro contrariamente delicioso; el cerillo que, una vez encendida la llama, es ahogado en una copa del más barato vino; el gato negro invisible a los ojos de quienes pasan, durante la noche, junto a un húmedo callejón; un insignificante caracol que, perdido en su inocente soliloquio, bajo el pie cruje; el vacío en todos los corazones que, no obstante, es sistemáticamente ignorado. 

¿Fui alguna vez suficiente? ¿Seré alguna vez necesario? Probablemente no.

Pero, ¿por qué cuando extendí mi mano? 

Mi amor se extingue como los corales del mundo ahorcado en su propio dolor. Me queda, pienso, el amor de mis amigos, pero, ¿puedo de hecho ser suficiente para eso también? ¿Puedo ser lo que se merecen las almas que amo? Probablemente no.

Ahora, en este mundo propio que llevo años evitando, me encuentro con los mismos viejos cuadros colgados en la pared de papel tapiz, empolvados y chuecos: un viejo libelo diseñado por mí para mí, alhajas compuestas de recuerdos distintos, notas en libros mal traducidos. Encuentro viejas pinturas, antiquísimos pseudónimos, recuerdos que pensé haber borrado y que, en realidad, sepulté con la mano de mi coraje. De mi odio a mi propia, aburrida historia. Una oda a mi debilidad, a mi incapacidad de dejar a los muertos dormir en paz. 

Te recuerdo, con cada nombre con el que he vivido, y te recuerdo con miedo. Te recuerdo porque sé de lo que eres capaz: de desaparecer, de evaporarte y de volverte aire caliente; exhalación de un viejo en su momento final en el umbral de su casa. 

He entregado a quien hoy más quiero todas las cosas que tenía, porque deseo que, en todo lo que he tenido que soportar, encuentre todo lo necesario para no ser como yo. Para alejarse de lo que soy, y tal vez, en ello, recordarme. Esto es lo que más me punza: lo que ya me dolía, desde hace años, creó un alterno dolor en una persona nueva, brillante, crepitante como las flamas púrpuras de H'rda'k y que deseaba preservar junto a mi alma por años. Creo que sólo yo sé eso, aunque he tratado de explicitarlo, de hacerlo patente con mis actos. Sé amar, sí, pero no sé hacerlo sin hacerme presente. Pero el aceite se mezcló con el agua. Yo soy uno de esos componentes incompatibles. Yo soy, tal vez, la peste en la cena, la paja en el ojo. ¿O no? ¿Tal vez, de hecho, sólo fui ingenuo? ¿Tal vez sólo acepté, sin rechistar, ser de nuevo el camino (te'zan)? 

No sabré nunca. He pensado que, tal vez, ya viví suficiente. Que mi cansancio no es por el dolor de amar mal, sino por el dolor de tener que soportar el eterno retorno en la vida orgánica inexacta; imperfecta. Les amo a ambos y a todos, y quisiera no ser parte de esto, quisiera ser ignorante y perpetuamente conformista. Ser, pues, no obstáculo sino adorno de fondo. Entre todo lo que voy a perder, cómo me gustaría no perderles. Permanecer en paz, entre la calma y la luz del cielo nocturno provista por su único luminar. Pero no, creo que no es posible. 

Yo permití que se rompiera el sacro sello de H'rda'k y de su Ἠλύσιον πεδίον, y así es que acepto el fin del camino, y me preparo para la partida de vuelta al mundo del que mi alma deforme devino.



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