Ad inferos per aspera


M
i carácter principal es el de ser un prolífico efector de errores. Me equivoco con una destreza desbordante. Soy, en realidad (conjeturo), no un personaje principal de un juego sino el comic relief. Pero, fuera de la broma, también eso me tiene harto de mí. No puedo ser como Nietzsche que piensa en que hay que ser testarudo hasta la estupidez y defender las decisiones tomadas. Dudo constantemente, y en dudando hago y rehago la realidad, inhabitando el tiempo que me fue prestado, para al final sólo realizar lo más estúpido. Me pregunto, entonces, ¿qué camino debe seguir el rey de los errores? 

Durante estas semanas he pensando, recurrentemente, que el silencio permanente y la ausencia son el camino idóneo. Hoy lo pienso de nuevo, porque ni siquiera en paz y alegría puedo dejar de ser un individuo fallido. Madre mía, recuerdo tanto cuando te maldije por traerme a esta tierra, y mientras espero que hayas perdonado mi ira, sigo pensando que una persona incompleta como yo no pertenece a este mundo. No creo pertenecer a ninguno, en todo sitio me siento incompleto: robo de la completitud de otros para sentirme un todo. Deshago lo que está a mi paso, muchas veces sin querer, porque no sé qué es vivir conmigo o para mí. Todo mundo me dice que piense en mí, que haga cosas para mí, pero nadie entiende que yo no entiendo cómo es eso. ¿Nunca han tratado de comprender algo genuinamente ininteligible? Entender, por ejemplo, por qué estamos habilitados, de alguna manera, a experimentar la unidad, la corporeidad. ¿Por qué no dudar, in principio, de nuestra propia existencia como agentes? Porque parece imposible entender un mundo puesto ante nosotros si ese nosotros no existe. Pero yo no lo siento así. A veces percibo que mi vida es una serie de sucesos preescrita para la diversión, o para el aprendizaje. Y si no pienso eso, entonces caigo en el juicio sobre el juego de suma cero: desde el inicio me equivoqué. Y tal vez de hecho es así porque, en el muy lejano pasado, yo no elegí venir aquí. Entonces, por supuesto, intento todo por extraerme (¿o por recordarme sobre la extracción? ¿por insistir en rendirse y pasar a lo que sea que siga?). Pero doy otro paso, y otro paso, y otro paso...¿y qué ocurre después? Que en la cadena de cada decisión, hay un error que arruina todo. Estoy manchado por todo lo que fui sin que yo quisiera serlo, por todo lo que se me hizo sin que mi alma ni mi cuerpo estuviesen dispuestos a ello. Mi organismo justifica su existencia únicamente en el milagro de que, a pesar del continuo bombardeo de muerte que le he impartido desde mi adolescencia, mi clausura metabólica susbsiste. ¿Pero no sería eso lo mejor y suficiente? Sólo ser un organismo, pero no ser una mente. Y mientras yo defiendo que donde hay vida hay mente, no creo que sea necesario persistir en este sudario carnoso, en la prisión de un cuerpo inútil que, mediante la enferma e inadecuada articulación de sus reacciones bioquímicas, conduce a mi aparato mental a elegir las peores palabras, a aparecer en las más inadecuadas situaciones, a existir donde no se me llama o donde se cree que se me requiere pero donde, creo a todas luces, mi aliento no aporta salvo el olor viciado de una boca que mastica las peores palabras y que escupe los más desagradables pensamientos. No soy una mente brillante, no lo seré nunca ni lo he sido. Quienes aprecian mi intelecto aprecian sólamente un espejismo presentado por ellos mismos. Yo sé lo que soy: una ficción de un hombre a medias, una mujer por debajo, que intentó florecer en un bello botón que terminó convirtiéndose en una piedra obscura, fea, inútil. Recuerdo tanto eso que se me decía: "eres una bolsa de conocimiento que sirve para absolutamente nada". ¿Era falso? ¡No! Pero yo, pensando que algo de valor habría en todo ello, he contaminado cuantas escenas y tarimas he conocido. La futilidad soy yo, y yo soy el botón de muestra de que, a pesar de ser amado, se puede ser un fracaso. Amor omnia NON vincit. Peor, cogito ergo doleo. Escribo y escribo estas cosas porque, a final de cuentas, ni quiero decírselas a nadie. Quiero que se pierdan en los ecos de la podredumbre digital, pero yo también me quiero perder allí. ¿Tendré la fuerza para hacerlo un día? 

Espero que sí. Por ahora, he echado a perder una cosa más, y por ello me maldigo. Ah, tantas veces ya, desde que tengo memoria. No he aprendido nada. Tal vez soy el zombie filosófico perfecto. Tal vez sólo soy, para fortuna de todos, el programa de esta simulación que se dedica a mostrarles a los demás qué no hacer

No sean como yo. Eviten a toda costa ser como yo. Y si me ven cerca, échenme de sus vidas. Háganse un favor. 

Summa: cuando crean que están haciendo algo bien, prepárense con sensatez para, de hecho, haber hecho todo mal sin darse cuenta. Y a mí mismo: si ves esto pasado un año de su publicación: estás abusando del tiempo que se te prestó. Suelta ya y vete de una maldita vez.

Comentarios